Por Paulina Maldonado | 11.12.2006 (Diario Perfil)
LO QUE DESNUDA EL ASESINATO DE NORA DALMASSO
Countries, barrios cerrados y torres VIP: vivir en los nuevos paraísos genera viejos infiernos
¿TIEMPOS FELICES? La muerte de Nora Dalmasso corrió el telón que tapaba la verdadera vida en los countries.
En los últimos quince años, las urbanizaciones bajo candado se cuadruplicaron y la cifra de las familias que residen en forma permanente se multiplicó por 35. Pactos de silencio en la sociedad endogámica contemporánea. Cómo impacta la infidelidad en un entorno blindado. Río Cuarto como espejo de comunidades que ven resquebrajada su realidad utópica de bienestar.
Su muerte, al igual que ocurrió con el asesinato de María Marta García Belsunce el 27 de octubre de 2002 en el exclusivo country El Carmel, pone en cuestionamiento esas comunidades ideales, amuralladas contra el riesgo y los peligros que corre cualquiera de los mortales.
“Las clases media y alta encontraron los medios para crear barreras materiales contra el miedo. Pero pese a la extrema sofisticación que suponen dichas barreras, el miedo jamás se extingue completamente, se traslada a otros espacios físicos. La gente se desplaza a esos paraísos cerrados lejos del centro para rehuir al peligro y lo único que hace es cambiarse de sitio, porque la amenaza está siempre latente”, explica María Carman, antropóloga social y becaria del Conicet.
Vivir con candado. Según el sociólogo italiano Giandoménico Améndola, la etimología del vocablo paraíso significa “jardín cerrado”. Esto permitiría pensar que el paraíso fue “el primer barrio cerrado en la historia del hombre”. Hoy los barrios con candado –cuya principal característica es el cerramiento y la seguridad privada– son un fenómeno que crece en la Argentina y que se consolida en otras ciudades como San Pablo, México D. F. y Caracas. En nuestro país, las urbanizaciones cerradas abarcan desde los minibarrios hasta los megaemprendimientos que aspiran a convertirse en verdaderas ciudades pueblo autosuficientes. De los barrios cerrados que crecieron en forma indiscutida en los 90 a los tradicionales countries con socios de apellido ilustre.
Después de la gran crisis de 2001, empezó a crecer con fuerza una nueva modalidad de reclusión más urbana: las torres country, con servicios de seguridad, pileta, gimnasio y hasta salón de fiestas. Durante 2005, el 45% de los emprendimientos inmobiliarios residenciales en Buenos Aires fueron estas torres premium.
Sin embargo, la vida en estos espacios está muchas veces lejos de esa aldea ideal. “El sentido de comunidad de vecinos unidos por lazos de solidaridad e integración se presenta como una aspiración, más que como una experiencia, como un anhelo constantemente quebrantado por los conflictos y disputas que se generan dentro de esta modalidad del habitar”, explica la antropóloga María Florencia Girola, docente de la UBA y becaria doctoral del Conicet.
Falso paraíso. “Los countries y barrios cerrados funcionan como una ‘cajita feliz’ donde nunca pasa nada. Todos somos buenas personas, que debemos ser felices y vivir en un ambiente seguro, sano y de amor.
En esa estructura el distinto es rechazado, y lo que está fuera de esta aparente normalidad, se niega o se esconde”, confiesa un vecino de un country de zona norte del conurbano bonaerense que pide el anonimato.
Lo que pocos reconocen es que esa vida encapsulada a veces puede ser muy asfixiante y restrictiva. “Más allá de sus amplios espacios verdes los countries y barrios cerrados pueden transformarse en una isla en la que la gente se encierra en sí misma. Desde los 10 a los 20 años pasé todos los meses de verano en un country y, a pesar de que era un lugar al aire libre, con mucha gente, yo lo vivía con una sensación de sofocamiento y encierro. Me sentía que no encajaba, que no había lugar donde pudiera estar cómodo”, confiesa Ariel Winograd, director de Cara de queso, una película que retrata con sarcasmo e ironía la vida de una familia en un country judío en la década del 90.
Secretos amurallados. Uno de los temas que más estudian los especialistas son las consecuencias, a futuro, que pueden generarse en los chicos que han pasado su infancia y adolescencia en estos reductos con guardias en las puertas. Los primeros resultados no son demasiado alentadores. Al crecer aislados de la diversidad de la vida urbana, dentro de un círculo social limitado, muchos manifiestan problemas de límites y de comunicación con quien perciben como “distinto”.
Sin embargo, los problemas de estos adolescentes no surgen sólo cuando deben enfrentarse con el “mundo exterior”. Cada vez son más frecuentes los actos de vandalismo de patotas juveniles dentro de los propios barrios. “Cuando faltaba menos de un mes para que termináramos la casa y pudiéramos mudarnos al country, me encuentro con todos los vidrios rotos y las paredes baleadas. Los de la comisión directiva me dijeron que iban a hacerse cargo, pero me pidieron que no hiciera la denuncia. Después me enteré de que ésa era una modalidad habitual de algunos hijos de socios que se divertían preparando ´bienvenidas´ a los nuevos vecinos”, cuenta un abogado que vivió durante más de diez años en el tradicional Lagartos.
Se evita hasta último momento llamar a la Policía. Se manejan con el hermetismo más absoluto y si hay alguien que lo denuncia afuera, es visto como un traidor.
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